Historia

El Affaire de Cotiella

En julio de 1870, el pirineísta Henry Russell invitó a su amigo parisino, Alphonse Lequeutre, a lo que iba a ser su segunda expedición a aquella montaña desértica que, unos años atrás, le había robado el sueño y gran parte de sus pensamientos, Cotiella.

Si la primera vez hizo cumbre por Armeña, esta vez lo intentaría por Saravillo. Además, llevó consigo a dos guías de Gavarnie; Henri y Celestine Passet.

Cualquiera que haya osado subir a esta enigmática cumbre, especialmente en los meses de más calor, comprenderá bien aquella frase pronunciada por el propio Conde: “es como si sobre esta montaña hubiera caído una maldición bíblica”

Consiguieron hollar cumbre sobre las ocho de la tarde y Russel, emocionado, propuso dormir en la cima. Él era el único que llevaba un saco de dormir fabricado con pieles de cordero. El resto, con suerte, se abrigarían con un poco de vino.

Emprendieron el descenso por la mañana, muertos de sed. Al poco, llegaron a la cabaña en la que Russel había pernoctado durante su anterior ascensión a Cotiella. 

No demasiado lejos de allí había una fuente y Russel, una vez más, convenció a sus acompañantes para pasar allí la noche. 

Estando en la cabaña, un pastor se acercó y el Conde le ofreció algún dinero a cambio de que bajara a Plan a por unos galones de vino. El pastor y el vino regresaron pasadas las 12 de la noche.

Mientras el Conde y Lequeutre se encontraban en el interior de la cabaña, celebrando su aventura, y los dos guías hacían guardia fuera, fueron sorprendidos por cuatro bandoleros armados con palos, mazas, hachas y una escopeta.

El cuarteto, indefenso, se quedó paralizado hasta que la escopeta se disparó por accidente y una bala pasó silbando entre el Conde y Lequeutre. Los cuatro salieron huyendo, cada uno en una dirección.

El Conde pasó la noche escondido bajo las ramas de un abeto, sin saber qué había sido de sus tres compañeros, aunque se temía lo peor.

Cuando comenzó a amanecer y el bosque se quedó en silencio, corrió montaña abajo hasta Plan, donde despertó al alcalde y los carabineros, que enviaron al “hombre más fornido del pueblo” en busca de los bandoleros.

Ya entrada la tarde, el fornido hombre regresó al pueblo junto con los tres acompañantes del Conde Russel, sanos y salvos. Tras explicar, cada uno de ellos, lo sucedido, el alcalde y los carabineros de Plan comenzaron las investigaciones hasta dar con los atacantes del cuarteto. 

Russel, en su libro, “Recuerdos de un Montañero”, cierra esta historia sin dar mucha más importancia a lo sucedido, ni revelar la identidad de los atacantes.

Años más tarde, otro pirineísta, Lucien Briet, sorprendido por el vago final de semejante historia, acude a los juzgados de Boltaña en busca de los archivos del caso. Allí descubre que el pastor al que mandaron a por vino, en lugar de bajar a Plan, acudió a uno de los pueblos vecinos para no levantar sospechas.

¡Una jugada casi maestra que, sin embargo, no les sirvió para evitar pasar una buena temporada en la cárcel!